EN UNA NOCHE DE OFRENDAS
Cuando llegan los días de las ofrendas son días de mucha nostalgia para mí. A mi mente acuden gratos recuerdos de vivencias que me han acompañado a través de todos estos años y que nunca olvidaré.
Ahí está el pueblo donde nací: un pueblo rústico, montado en una colina, con su pendiente hacia el río que lo cruza y lo alimenta.
Ahí está la casita de palma de mis padres: campesinos, humildes, nobles y trabajadores.
Ahí está la mesa con la ofrenda del treinta y uno de octubre, el día en que se acostumbra poner ofrenda a los muertos pequeños. Ahí hemos colocado el pan. Una muñequita de masa simple lleva su nombre: “Marthita”. Hemos puesto naranjas, pan de dulce, atole, dulces, velas, santos (Jesucristo, el patrón del pueblo) y una pelota roja como la que jugaba mi hermanita, quien murió a los tres años, víctima de nuestra pobreza y de la falta de medicinas para aliviarle la tos y la fiebre.
Ahí va el recuerdo:
_Mamá, ¿me dejas ir a espantar a los diablos? (En mi pueblo se tiran cohetes para espantar a los diablos que, se supone, se quieren llevar a las almitas de los niños que han muerto y vienen a visitarnos.)
_¿Con quién vas a ir? _preguntó mi mamá.
_Con mi amigo Andrés. El va a llevar a su hermana Josefina _contesté_, y casi me trago mis palabras; porque no hubiera dicho eso, inmediatamente mi otra hermana, que se llama Enriqueta, también quiso ir.
_Bueno, vas; pero sólo si llevas a tu hermana _dijo mi mamá.
_¡Qué remedio! _exclamé_. Y ahí vamos.
Ya en el camino nos encontramos a Andrés, de 12 años, igual que yo. Iba con él Josefina, su hermana de 11.
Comenzamos a tirar cohetes que habíamos comprado durante el día. Íbamos gritando y corriendo hasta que llegamos a un camino sin luz y con muchas sombras de los árboles grandes que lo bordeaban. Eran como las diez de la noche. De pronto, alguien que nos tira una paloma de aquéllas, que nos hizo vibrar los oídos y, pues, ahí estuvo la cosa: y que gritamos, y Josefina, que iba junto a mí, que me abraza y, bueno, pues… ¡y que se me meten los diablos! Empecé a ver más estrellitas, sentí calientes las orejas y la voz me temblaba…
Entonces, Queta, mi hermana, que la acaba de amolar, y que nos grita: ¡ya son novios!, ¡ya son novios!
Yo no sabía ni qué decir. Andrés dijo: “Ya, apúrenle”.
Y la verdad, después todo se me borró de la memoria. Nomás me acuerdo que en esa noche soñé que yo era un diablo y que le daba un beso a Josefina, que era una angelita; pero que, de pronto, llegaba mi papá y me daba una “cueriza” de las buenas y yo desperté asustado y gritando: ¡ya no me pegues, ya no me pegues, no lo vuelvo a hacer! Pero al otro día se me olvidó el sueño; porque en el panteón, cuando llevamos las flores, advertí que Josefina me veía desde donde estaba con su familia y se reía y, la verdad, creo que nunca había visto una sonrisa tan bonita y tan agradable, con sus hoyitos en los cachetes y yo, pues, sentía mucho calor en las orejas y en todo el cuerpo y me imagino que me ponía todo rojo y sentía mucha vergüenza, bueno, no mucha; porque al otro día, en la escuela, la maestra nos pidió que escribiéramos una narración con el tema de las ofrendas y yo, pues, ¡y que escribo lo de Josefina!, y como ahí estaba Andrés que iba conmigo, en sexto, a la salida le contó todo a su hermana.
Ella iba en quinto y como vivíamos por el mismo rumbo, pues nos íbamos juntos. Entonces, Andrés se fue a la tiendita y yo, y que aprovecho, y que le digo a Josefina que si quería ser mi novia, y que me dice que no sabía. Y que le doy un dulce, y que me dice que sí y se fue corriendo con su hermano.
Pues ya, desde ahí, que el día de las ofrendas siempre me acuerdo de Josefina y siento que otra vez se me meten los diablos por aquel recuerdo tan bonito de mi niñez.
2 comentarios:
Jajaja, esta chido el final.
Bueno sòlo vine a dar la vuelta y a criticar, si tiene algun comentario ya sabe mi correo.
holis!
jiji realmente me dio mucha risa
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