viernes, mayo 25, 2012


MANUAL PARA PERVERSOS
Esquina rota
José I. Delgado Bahena
                −¿Ya llegaste? –le preguntó Evelia a Esteban al verlo entrar a la casa.
                −No –contestó de mala gana−. Lo que ves es mi sombra…
                −No seas grosero.
                −¡Pues no hagas preguntas estúpidas! –le gritó él, embarrando sobre su cara el aliento agrio de los vasos de tequila que se había tomado en compañía de Isidro y Adrián, sus amigos de toda la vida, con quienes trabajaba en las oficinas del IMSS.
                Dieciséis años tenían de casados y sólo dos les duró la luna de miel, hasta que llegó su hijo David. Después tuvieron a Manuel y las oportunidades para recuperarse se diluyeron.
                −¿Por qué te emborrachaste? –le preguntó ella mientras encendía la estufa para calentarle el arroz y los huevos duros que había preparado para la comida.
                −No me emborraché –contestó sentándose en la sala para quitarse los zapatos. Sólo estuve un rato en el billar, viendo el futbol con mis amigos.
                −Tus amigos… −refunfuñó ella.
                −Ya cállate y sírveme aquí, quiero ver la tele mientras ceno.
                Ella era secretaria en las oficinas del ISSSTE y eso le favorecía para estar al pendiente de los dos muchachos que estudiaban en una secundaria cercana: uno en tercer grado y el otro en primero. Por eso, cuando pasaba a dejarlos y observaba la barda destruida, por la que los alumnos podrían escapar fácilmente o (“ni Dios lo mande”, pensaba) que algún vago entrara y quisiera hacerles daño e, incluso, como se sabe (en otras escuelas): les quisiera ofrecer droga y engancharlos en el vicio.
                −¿Sabes, viejo? –le dijo, después de que Esteban se había bañado y estaban en la recámara, dispuestos a descansar−, en la escuela tuvimos una reunión de padres de familia porque queremos exigirle al director que mande a reparar la barda.
                −¿Y qué pasó?
                −Pues, dice que ya hizo el trámite en el gobierno pero que no le han dado respuesta. Nos dijo que diéramos una cooperación o que hiciéramos kermeses para reunir fondos. Unos padres no quisieron y se enojaron mucho porque, dicen, no se ve en qué han gastado lo de las cuotas de inscripción.
                −¿Y yo qué?
                −¡Cómo que qué! ¡Eres el padre de mis hijos! ¡Quiero saber tu opinión!
                −¿Para qué?
                −¿No te importan tus hijos?
                −Sí. Pero recuerda que, cuando nos casamos, dijimos que yo iba a trabajar y tú te ibas a encargar del hogar; después quisiste trabajar diciendo que podías con las dos cosas. Tú decide, a mí no me metas en esos chismes.
                Con ese último diálogo, Esteban cerró la conversación y se dispuso a dormir.
                Con el paso de los días, Evelia compartía poco tiempo con su marido y entraba y salía de la casa en diferentes horarios, en ocasiones acompañada por alguno de sus hijos y a veces sola.
                −Oye, ¿a dónde vas? –le preguntó él la noche en que veía en la televisión la final del futbol mexicano.
                −A ver a David –respondió ella muy cortante y con un tono de amargura.
                −¿No está en su cuarto?
                −¿Ves…? Por no interesarte por ellos, ni te enteras de  lo que pasa en esta casa.
                −Para eso estás tú; no me reclames nada y dime dónde está mi hijo.
                −Ah, tu hijo… Pues, si quieres saberlo, acompáñame.
                −Ya no te hagas la dramática y dime. Seguramente está con la novia o con los amigos haciendo tarea.
                −Mejor acompáñame, ¿no?
                En silencio abordaron el automóvil de Evelia. Durante el trayecto, Esteban reflexionaba sobre la última ocasión en que había convivido con sus hijos y su mente tuvo que esforzarse demasiado para regresar, dos años antes, cuando David tenía doce y Manuel diez.
                En aquella ocasión, David invitó a su padre a que se acercara a la computadora para que viera cuántos contactos tenía en Facebook. Él se sentó junto a su hijo y leyó un poco de lo que sus amigos virtuales le escribían.
                Ahora, dos años después, se preguntaba qué tanto había cambiado su hijo mayor y qué estaría haciendo a las diez de la noche en la calle.
                La respuesta la obtuvo casi de inmediato. Evelia estacionaba el auto frente a las oficinas del Ministerio Público y le pedía que se bajara. Al entrar y después de esperar cuarenta minutos para ser atendidos, un agente les explicó el motivo de la detención del muchacho:
                “Tengo que informarles que a su hijo lo detuvimos in fragantti en el momento en el que adquiría droga en la esquina de su escuela; además, tenemos informes de que él era uno de los distribuidores entre sus compañeros. Él lo acepta y dice que un amigo que conoció por internet lo invitó a hacerlo. Será remitido a la correccional para menores.”
                Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com

No hay comentarios.: