Hay un espejo en la orilla de mi alma
y en él reflejo la luz ciega de mi destino;
soy un cordero que mordió el hilo de tu esperanza
y perdonó catorce veces la neblina de tus días.
Ayer escupí sobre las aguas de tu pelo
y sembré mis pies en el único de tus recuerdos;
mi corazón se sumerge en el dolor de la noche,
en esta noche vacía en que no te tengo.
Si un día vuelves, otra vez,
a rasguñarme la vida,
seré un silencio apagado sobre la palma de tu mano
y me iré hacia la bruma,
como un suspiro evaporado que tiende sus alas
sobre el viento oxidado de tu amor casi extinto.
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