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viernes, diciembre 16, 2005
QUEMÓ LAS FOTOS
Daniel dibuja y escribe, relata su vida, deambula por las calles y sueña.
Hace poco, hará un año, tuvo un amor que le marcó su existencia. Él dice que es cosa del pasado, pero en un descuido confiesa que en su corazón aún ronda la sombra de los días vividos en la feliz compañía de unas manos cálidas y una boca ardiente.
Sabe que será muy difícil deshacerse del embrujo de los ojos que le hechizaron el alma pero cree tener el remedio y dice que pronto podrá resolver este conflicto sentimental que le hace vagar por las calles vendiendo sus dibujos para sobrevivir a la inutilidad de un amor no correspondido.
-Mira -me dice-, aquí tengo la solución. Y me muestra su cartera con un brillo parpadeante en sus ojos.
Yo no entiendo por qué lo hace, pero él sí. Le oigo murmurar y sólo alcanzo a descifrar algo como: "vicios" y "rencores".
Agrega que para él ser pareja de alguien es ser parejo en todo: en amor, fidelidad, buen trato, y hasta en los gastos y que, cuando esto falla no hay correspondencia y la balanza se inclina fácilmente a favor de uno de los dos que mantienen una relación.
Hace frío. Con este pretexto enciende un cigarrillo y, en un arrebato, abre su cartera extrayendo dos fotografías de la persona a quien finge ya no querer y comienza a quemarlas. Una por una las convierte en cenizas. Alcanzo a descubrir algunos rasgos del cabello, de los ojos y la boca.
Vuelvo mi vista al rostro de Daniel y mientras me regala una falsa sonrisa, deja correr una lágrima de su ojo izquierdo que resbala por su mejilla y con su lengua la lleva a su boca.
-¿Sabes? -dice con voz temblorosa-, me duele, pero siento una liberación que me llena de vida y de fuerzas para salir del agujero en el que vivía con esta desilución.
No comento nada. Sólo observo.
-Mira -agrega-: con esto sé que volveré a quererme otra vez y a recuperar mi dignidad que estaba extraviada. Porque, ¿cuántos hay, como yo, que se olvidan de sí mismos por consagrarse a la otra persona y no se dan cuenta de que sólo los utilizan para sentirse queridos, aceptados, y la otra persona es tan egoísta que no corresponde de la misma manera? Por eso, aunque ya había quemado las cartas -continuó- sabía que necesitaba hacer lo mismo con estas porquerías.
No contesté. Me limité a cerrar los ojos y en una reacción de cobardía absoluta, cerré la conversación. Le pregunté sobre el costo de uno de sus dibujos, le pagué y me fui, dejando a Daniel con un trozo de fotografía quemado jugueteando entre los dedos.
Nunca supo, porque no le dije, que no basta quemar las fotos y las cartas, que eso ya lo hemos hecho los que nos dejamos esclavizar por un amor enfermizo, y que para liberarse realmente es necesario quemar, además de todos los recuerdos, el corazón y el alma.
Con afecto para Daniel, quien realmente existe y me regaló esta idea para el relato. Ojalá algún día se recupere y pueda leer este texto. El dibujo que adjunto es de él. Los hace de manera rústica sobre papel cuadriculado y los ilumina pintando cuadro por cuadro. Los vende en las calles de la Ciudad de México en veinte pesos.
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