MANUAL PARA PERVERSOS
A través de las
lágrimas
José I. Delgado Bahena
Era un muchacho como cualquier otro: con capacidades para comerse el
mundo, pero con sus debilidades a flor de piel que lo hacían vulnerable ante
las restricciones y presiones de sus padres.
Una de sus mayores
aficiones era la música. El tiempo se deslizaba en sus venas escuchando a sus
grupos favoritos, entre los que destacaban los Rolling Stones y su canción “A
través de las lágrimas”. Nadie lo sacaba de su habitación mientras entonaba sus
canciones.
─Ponte a hacer algo –le decía su madre cuando lo
encontraba tirado sobre el piso, cerca de la ventana de su cuarto−, eres un holgazán.
−Jaime no respondía a la exigencia y
se limitaba a ponerse los auriculares de su celular ignorando las presiones que
Luisa, la madre, le hacía en ausencia del padre a quien sólo veía los fines de
semana cuando salía libre del cuartel militar donde había alcanzado el grado de
sargento.
“I´m waiting for your
love”, de los Pericos, era la rola que escuchaba cuando le llegó el mensaje de
Silvia, su novia: “Necesito verte, debo
decirte algo”, le decía en el texto.
No pudo responder por
falta de saldo en su aparato y se limitó a subir el volumen a su música.
Hubiera querido salir de casa para ir en busca de Silvia, pero sabía de las
restricciones de la madre y que era inútil pedir permiso, mucho menos algo de
dinero para trasladarse.
Él y Silvia se
conocieron en la escuela secundaria No. 213, que está por el periférico. Desde
primer grado, Jaime se sintió atraído por la sonrisa de ella y desde que les
tocó participar juntos en una investigación que la maestra de Español les
encargó por equipo, buscó la forma de ganarse su afecto y hacerse su amigo.
Fue hasta el tercer
grado cuando, estando sentados en una de las jardineras de la escuela, sin
declaración ni petición alguna, de pronto, en una de las tantas veces que,
jugando, se abrazaban, sin pensarlo ni planearlo, sus bocas quedaron tan cerca
que fue fácil propiciar el contacto y se besaron con el cariño que vinieron
sembrando durante la amistad de los meses anteriores.
A partir de entonces,
el asistir a la escuela tenía, para Jaime, doble motivación: el aprender los
elementos que él necesitaba para desarrollar su habilidad artística en cuanto a
la música, su pasión, y, además, la oportunidad de ver a Silvia, convivir con
ella durante los descansos y regalarse un par de besos furtivos protegidos por
el tronco de un guamúchil en la orilla del patio.
Desafortunadamente,
para Jaime, la vida le dio una voltereta en las peripecias que mostraba por las
tardes, en la única distracción que su padre militar y la madre represora le
permitían: patinar.
Esto le cambiaría su
vida: practicar el patinaje agresivo, roller o skate inline, con trucos
variados basados en giros y posiciones de los pies para saltar.
Aprendió los trucos
básicos: el soul, mizou, acid-soul, pornstar, makio, royale. Con eso fue
ganando experiencia y confianza para aceptar los retos que sus compañeros de
patinaje, reunidos junto al estadio de futbol, le hacían para lograr mejores
acrobacias.
Por eso se atrevió a
hacer giros de 180° y vueltas enteras de 360º para caer de frente o de
espaldas. Pero su confianza lo perdió porque en una de esa piruetas perdió el control
del impulso y se estrelló en el piso, de cabeza, provocándose una lesión
craneana tan grave que lo tuvo en el hospital por más de un mes.
Este accidente le
llevó a dejar la escuela y a mantenerse en casa para recuperar la totalidad de
sus funciones con apoyo de la madre quien lo llevaba diariamente al hospital a
sus ejercicios de rehabilitación con la terapista Albina.
Por eso, su única
distracción ahora era pensar en Silvia quien, después de tres meses de no
verlo, lo buscaba aún a costa del impedimento de la madre para dejarlo salir.
Por esas negativas, y
la imperiosa necesidad de escapar para poder ver a Silvia, esperó a que su
madre se distrajera en el baño y, sin avisar, salió de la casa, rumbo a la
escuela, en busca de su novia.
Lo que vio al llegar
lo dejó pasmado.
En esos momentos,
Silvia salía entre la algarabía de varios de sus compañeros quienes, entre el
alboroto que hacían y el tumulto que formaban, impedían que ella pudiera ver a
Jaime que la esperaba del otro lado del periférico, con ansiedad, turbación y
desconsuelo al verla de la mano con Daniel, su compañero de clase, y de quien
se despedía con un beso en la boca.
Esta
escena le impulsó a correr hacia ella con el llanto bañando su rostro y
cruzando la avenida sin precaución alguna; por lo que no vio una camioneta gris
que se acercaba a gran velocidad, atropellándolo, mientras en su mente repetía
parte de su canción favorita: “Rodando en las profundidades, las lágrimas
van a caer, rodando en las profundidades…”
***
Escucha el “Manual para perversos”, todos los miércoles a
las 6:00 PM por el 104.7 FM
Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com
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