MANUAL PARA PERVERSOS
Esquina rota
José I. Delgado Bahena
−¿Ya llegaste?
–le preguntó Evelia a Esteban al verlo entrar a la casa.
−No –contestó de
mala gana−. Lo que ves es mi sombra…
−No seas grosero.
−¡Pues no hagas
preguntas estúpidas! –le gritó él, embarrando sobre su cara el aliento agrio de
los vasos de tequila que se había tomado en compañía de Isidro y Adrián, sus
amigos de toda la vida, con quienes trabajaba en las oficinas del IMSS.
Dieciséis años
tenían de casados y sólo dos les duró la luna de miel, hasta que llegó su hijo
David. Después tuvieron a Manuel y las oportunidades para recuperarse se
diluyeron.
−¿Por qué te
emborrachaste? –le preguntó ella mientras encendía la estufa para calentarle el
arroz y los huevos duros que había preparado para la comida.
−No me emborraché
–contestó sentándose en la sala para quitarse los zapatos. Sólo estuve un rato
en el billar, viendo el futbol con mis amigos.
−Tus amigos…
−refunfuñó ella.
−Ya cállate y
sírveme aquí, quiero ver la tele mientras ceno.
Ella era
secretaria en las oficinas del ISSSTE y eso le favorecía para estar al
pendiente de los dos muchachos que estudiaban en una secundaria cercana: uno en
tercer grado y el otro en primero. Por eso, cuando pasaba a dejarlos y
observaba la barda destruida, por la que los alumnos podrían escapar fácilmente
o (“ni Dios lo mande”, pensaba) que algún vago entrara y quisiera hacerles daño
e, incluso, como se sabe (en otras escuelas): les quisiera ofrecer droga y
engancharlos en el vicio.
−¿Sabes, viejo?
–le dijo, después de que Esteban se había bañado y estaban en la recámara,
dispuestos a descansar−, en la escuela tuvimos una reunión de padres de familia
porque queremos exigirle al director que mande a reparar la barda.
−¿Y qué pasó?
−Pues, dice que
ya hizo el trámite en el gobierno pero que no le han dado respuesta. Nos dijo
que diéramos una cooperación o que hiciéramos kermeses para reunir fondos. Unos
padres no quisieron y se enojaron mucho porque, dicen, no se ve en qué han
gastado lo de las cuotas de inscripción.
−¿Y yo qué?
−¡Cómo que qué!
¡Eres el padre de mis hijos! ¡Quiero saber tu opinión!
−¿Para qué?
−¿No te importan
tus hijos?
−Sí. Pero
recuerda que, cuando nos casamos, dijimos que yo iba a trabajar y tú te ibas a
encargar del hogar; después quisiste trabajar diciendo que podías con las dos
cosas. Tú decide, a mí no me metas en esos chismes.
Con ese último
diálogo, Esteban cerró la conversación y se dispuso a dormir.
Con el paso de
los días, Evelia compartía poco tiempo con su marido y entraba y salía de la
casa en diferentes horarios, en ocasiones acompañada por alguno de sus hijos y
a veces sola.
−Oye, ¿a dónde
vas? –le preguntó él la noche en que veía en la televisión la final del futbol
mexicano.
−A ver a David
–respondió ella muy cortante y con un tono de amargura.
−¿No está en su
cuarto?
−¿Ves…? Por no
interesarte por ellos, ni te enteras de
lo que pasa en esta casa.
−Para eso estás
tú; no me reclames nada y dime dónde está mi hijo.
−Ah, tu hijo…
Pues, si quieres saberlo, acompáñame.
−Ya no te hagas
la dramática y dime. Seguramente está con la novia o con los amigos haciendo
tarea.
−Mejor
acompáñame, ¿no?
En silencio
abordaron el automóvil de Evelia. Durante el trayecto, Esteban reflexionaba
sobre la última ocasión en que había convivido con sus hijos y su mente tuvo
que esforzarse demasiado para regresar, dos años antes, cuando David tenía doce
y Manuel diez.
En aquella
ocasión, David invitó a su padre a que se acercara a la computadora para que
viera cuántos contactos tenía en Facebook. Él se sentó junto a su hijo y leyó
un poco de lo que sus amigos virtuales le escribían.
Ahora, dos años
después, se preguntaba qué tanto había cambiado su hijo mayor y qué estaría
haciendo a las diez de la noche en la calle.
La respuesta la
obtuvo casi de inmediato. Evelia estacionaba el auto frente a las oficinas del
Ministerio Público y le pedía que se bajara. Al entrar y después de esperar
cuarenta minutos para ser atendidos, un agente les explicó el motivo de la
detención del muchacho:
“Tengo que
informarles que a su hijo lo detuvimos in
fragantti en el momento en el que adquiría droga en la esquina de su
escuela; además, tenemos informes de que él era uno de los distribuidores entre
sus compañeros. Él lo acepta y dice que un amigo que conoció por internet lo
invitó a hacerlo. Será remitido a la correccional para menores.”
Escríbeme:
jose_delgado9@hotmail.com
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